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sábado, 4 de diciembre de 2010

Camila Vallejo, presidenta de la Fech: “La de Piñera no es una gran reforma, sino un bluf mediático”




A doce años de que por primera vez la primera mujer llevara el mando de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), una estudiante de Geografía, militante de las Juventudes Comunistas, vuelve a tomar el cargo. Sobre los cambios en educación anunciados por Piñera, la crisis de la eduación superior y la importancia de la casa de Bello, Camila Vallejo es enfática. “Con un Presidente poco conocedor de la historia, es lógico que no vea su importancia como formadora de conciencia crítica”.


Entrevista completa: theclinic.cl

http://bit.ly/fC7MgZ

Maldita Comunidad







Dicen que el hombre no podría vivir si no es en comunidad. En efecto, es necesario tener al otro en frente para saber quién soy y quién no soy como individuo. Independiente a ello, no podemos negar lo complejo que es vivir en comunidad, sobre todo cuando nuestros vecinos nos complicar en más de alguna oportunidad nuestra existencia. 







¿Qué es vivir en comunidad y qué implica? 

Héctor Arias, en relación a la definición de F. Violich, plantea que una comunidad es un “grupo de personas que viven en un área geográficamente específica y cuyos miembros comparten actividades e intereses comunes, donde pueden o no cooperar formal e informalmente para la solución de los problemas colectivos”. Lo estructural está dado por la consideración de un grupo enmarcado en un espacio geográfico delimitado y lo funcional está presente en los aspectos sociales y psicológicos comunes para ese grupo. Esta definición quedó dando vueltas en mi cabeza, pues deja de manifiesto las complicaciones que nos afectan. 

Pensando en esa idea de compartir un lugar común (precisamente desde donde viene el concepto communitas) en el cual compartimos una serie de actividades, querámoslo o no, nos lleva necesariamente el choque de intereses diversos. Por ello, vivir en comunidad lleva a evidentes complicaciones y es lo que en muchas ocasiones me resulta frustrante. No porque sea un ermitaño (aunque mi esencia me lleve al autoexilio), sino por la dificultad de aceptar que vivimos en una sociedad que se basa en un sistema egoísta, dejando de lado ideales de bien común, donde en definitiva priman los intereses particulares por sobre los de los demás, importando poco o nada si mis actos afectan al que está al lado mío. 

Se presupone que dentro de esa vida en comunidad, debería existir al menos un cierto sentido de interés compartido, ciertas costumbres o normas… incluso símbolos o códigos, que vayan más allá de lo básico, como puede ser el idioma que permite dar un simple saludo, que ya se hace inexistente. ¿Qué maldita comunidad hemos construido? Una comunidad que lo que menos tiene es ideas comunes que vayan más allá de consumir y embobarse con lo que algún patético programa de televisión les presenta. Ese mundo no me gusta, prefiero volver a los clásicos cual renacentista, porque si ayer el oscurantismo se relacionó con lo que hizo o dejo de hacer la Iglesia medieval, hoy ese oscurantismo va de la mano del poder económico que propende la incultura, la apatía, la competencia y la “incomunidad”, mediante múltiples y atractivos mecanismos. Hoy dejamos de reflexionar, dejamos de debatir, dejamos de soñar y en definitiva dejamos de filosofar. Es lo que se busca, es lo que genera grandes beneficios: gente funcional y acrítica, para poder mantener el poder. Esa es la única razón para disminuir las horas de filosofía en las aulas en Chile, disminuir las horas de historia y centrarse en responder pruebas estandarizadas, mecanizadas tal como será el trabajo en el futuro de los que danzan el “baile de los que sobran”. 

Viva el cambio, pero el de verdad…



Bibliografía: 
Arias, Héctor: “Estudio de las comunidades”, en Rayza Portal y Milena Recio (comp.) (2003): Comunicación y comunidad. La Habana, Editorial Félix Varela.